La evaluación se ha visto, tradicionalmente, como la última fase dentro de los procesos de aprendizaje, como un requisito final, como un suceso y no como un proceso.
Se han utilizado, en muchas ocasiones, técnicas que no se relacionan de una forma clara o directa con el aprendizaje y, mucho menos, que lo apoyen.
En el proceso de evaluación, aparecen dos grandes categorías: la sumativa (de carácter cuantitativo y relacionada con algún tipo de medición) y la formativa (que consiste en una evaluación del proceso y, como tal, formando parte del propio proceso pedagógico).
Ésta última constituye una observación analítica y permanente del proceso de aprendizaje del alumnado, produciéndose así una realimentación continua acerca de la eficacia de lo que se aprende y de la forma en que se aprende, con el objeto de permitir la modificación y perfeccionamiento de ambos.
Por ello:
¿No sería mucho más útil utilizar la evaluación, no como una simple manera de medir, sino como un proceso que permita el efectivo seguimiento tanto de la enseñanza como del aprendizaje? ¿No serían mucho más útiles unos procesos de evaluación que intervengan adecuadamente en el proceso de desarrollo de las capacidades, es decir, una evaluación constructivista?
El presente artículo pretende ser un intento de analizar la evaluación del aprendizaje desde esa perspectiva constructivista, exponiendo los aspectos de la evaluación que deberían permanecer y los que deben ser replanteados por parte de los docentes.
No son pocos los autores que consideran que la manera en que el alumnado es evaluado tiene una influencia directa en la calidad de su aprendizaje.
Así, el principal argumento empleado por estos autores es que para que esta influencia sea positiva, para que se dé un aprendizaje efectivo y de calidad, los procesos de evaluación y enseñanza deben estar estrechamente ligados y la evaluación debe tener un marcado carácter formativo.
Un proceso evaluativo que esté fuertemente ligado a la naturaleza de aprender, debería pasar inadvertido para el alumnado. Esto se conseguiría ligando dicho proceso al desarrollo de las diferentes actividades o situaciones de aprendizaje que cada docente, en cada momento, haya seleccionado.
Actualmente, son muy variadas las alternativas que se pueden emplear para conseguir que la evaluación forme parte del aprendizaje y adquiera un carácter formativo.
En cualquier caso, todas ellas exigen una interacción continua docente-alumnado, haciendo de estos últimos personas reflexivas, partícipes y responsables de su propio proceso educativo.
En definitiva, de lo que se trata es de lograr en el alumnado aprendizajes que resulten altamente significativos. De convertir la evaluación en una herramienta de mejora del proceso enseñanza-aprendizaje. Y quizás lo más importante, específicamente para el alumnado, en una forma más de aprender.
Muy de acuerdo con su aporte en el escrito ,
muchas gracias