Quizás no haya un conocimiento más básico en cuanto a la inversión que la existencia de una relación inversa entre la rentabilidad ofrecida y el riesgo asumido.
La rentabilidad define la capacidad de una inversión de generar rendimientos, pero es indispensable tener en cuenta que la rentabilidad final de una inversión puede no coincidir con la esperada. Es aquí donde entran en juego los conceptos de incertidumbre y riesgo.
Las condiciones presentes pueden variar en el futuro, lo que implica la posibilidad de que las inversiones no alcancen los objetivos esperados. Este riesgo no es el mismo para unos sectores que para otros, para unos países que para otros, para unas empresas que para otras, etc.
Generalmente se asume que la inversión en el sector público tiene menor riesgo que la inversión en el sector privado, por lo que las rentabilidades que ofrecen Bonos o Letras del Tesoro son menores que las que se pueden obtener invirtiendo en bonos o acciones de empresas privadas; ya que en teoría los Estados no quiebran (aunque ahí están Grecia, Irlanda o Dubai para hacernos dudar).
Por tanto, al sopesar una posible inversión que ofrece una rentabilidad muy por encima de las demás, debe entenderse que conlleva un elevado riesgo, y que existe la posibilidad de que la empresa que se financia en semejantes condiciones no consiga llegar a pagar lo prometido.
Un ejemplo muy ilustrativo al respecto ha sido la entrada en pre-concurso de acreedores de algunas empresas de Nueva Rumasa, que había lanzado una campaña de captación de inversiones muy agresiva, ofreciendo rentabilidades muy elevadas.
A pesar de las advertencias de la CNMV acerca de la falta de transparencia de esta emisión de pagarés y de la poca fiabilidad de las empresas del grupo, Rumasa ha conseguido captar alrededor de 5.000 inversores. Se presupone que todos ellos han sopesado adecuadamente la relación entre rentabilidad y riesgo de esta inversión, sin embargo, pronto veremos a estos “inversores” exigir que Papá Estado se haga cargo de sus pérdidas…
Algo funciona mal cuando los inversores no asumen que invertir es apostar y que, en ocasiones, la apuesta se pierde.